dimarts, 23 de juny del 2015

Despedida de mis alumnos de 2º de bachillerato

Hola,

Este que sigue es el “discurso” que no leí en vuestra fiesta de despedida, ésa llamada graduación. Me hubiera gustado leerlo ante todos: nada me avergüenza menos que expresar cariño y buenos deseos. No fue la vergüenza, sino una especie de rebeldía, una de las últimas, que ha tenido que ver con lo que siempre he pensado sobre vosotros y vosotras y con lo que se ha dicho y se ha hecho con vosotros. Una rebeldía y una negativa a caer en el tópico, siempre falso, de las tristezas y las alegrías, los momentos buenos y los malos, etc…y más estupideces por el estilo que otros se encargarán de desgranar en cualquier momento. Es sabido que la estupidez cuenta con numerosos apóstoles. 

Puede que por eso, aunque no solamente, no sea la escuela un lugar donde el ejercicio de la verdad, de la justicia y de la igualdad sean la norma. De eso ya os habéis dado cuenta, quizá precozmente, quizá sin ser conscientes, quizá hace ya mucho tiempo. Pese a todo, obligada es la fe en el sistema –o su apariencia, su disimulo- para prosperar en él y creo que lo habéis hecho bastante bien dejando para el final el arrojo y el esfuerzo que otros y otras realizan desde bien pequeños, aquellos mejor valorados, académicamente exitosos, a decir de los muchos que os negaron credibilidad y hasta el derecho a una educación digna de tal nombre. 

Se esfuman de la memoria de muchos de los oficiantes en las ceremonias de despedida los desprecios, los rechazos, la incomprensión, la indiferencia, el abandono, la desidia que han practicado durante años. Consagrado queda el ejercicio de la disciplina como escudo ante el miedo, la inseguridad, el temor a ser descubierto inútil, incapaz, ignorante, incompetente. Mal profesor o mala profesora, en suma. Los paseos de los oficiantes de risa permanente y festival docente rubricados con clases como fiestas gracias a la facilidad con que se cubren sus compromisos docentes han sido a menudo de vuestro agrado, porque a quién no le gusta que le sonrían en un agujero gris, qué neuronas humanas podrían resistir el hechizo del coleguismo y la simplicidad. No sé si es posible sustraerse al espectáculo de la autocomplacencia en esta adolescencia narcisista y sostenida que impera y que también es la vuestra. La escuela dista mucho de ser perfecta, no digamos ya buena, en el buen sentido de la palabra buena, parafraseando a Machado, profesor y poeta. 

No sois fuertes aún, probablemente. No sois adultos tampoco, con toda seguridad. No es que tengáis buen criterio para todo lo que es necesario tenerlo. De todo ello, sólo me preocupa lo segundo, lo único real, lo único que, de ser, será verdadero. Lo único que os niegan con tanta tutela barnizada de cultura, de conocimiento repetido, muerto, de ejercicio del no pensar, del no saber, para seguir, por encima de todo, sintiendo. La dictadura del sentir, no sé si de nuestro tiempo o de todos los tiempos. Apenas conozco mi tiempo. Puede que cualquier tiempo pasado no fuera mejor, pero fue, que ya es algo. Lo que es, en cambio, nada aporta, salvo cuando haya velozmente pasado. Y lo que será no tiene ni nombre, si es que los nombres algo tienen que ver con lo que realmente es.


Sois, por tanto, los que habéis sido y a estos me dirijo. Sois mi mejor recuerdo y la experiencia docente más ardua y compleja de estos seis años, entre otras cosas porque habéis abarcado unos años que han sido importantes en mi vida por razones que callo, tantas como las que pronuncio. Sois los jóvenes a los que no deseo lo que a mi edad ya sé incierto, la felicidad. Tampoco os deseo el éxito, pues cambia de sentido como las monedas de mano y os aseguro que no sé, si tengo que medirlo con baremos externos, qué es. Por supuesto no se me ocurriría desearos que el mundo sea mejor con vosotros. Ahí se encuentra una de las pocas lecciones de la historia: la que nos muestra que todos y todas nos enfrentamos a los retos de nuestro tiempo, querámoslo o no. Ojalá, y es como un rezo, las buenas semillas crezcan y mueran las que no lo sean, aún habiéndose plantado todas en vuestro interior durante todo este tiempo de vida, escolar y no. Os deseo… deseo, pasión, afán de verdad y de justicia, aunque cuesten, aunque duelan. Confío, como siempre, en vosotros: en que vuestra aportación al mundo dé frutos, esperemos que buenos. 

Desde esa reserva obligatoria de horas de filosofía que os ponía a mi alcance y hasta a mi merced gracias al maravilloso sistema, algo intenté, no sé si conseguí algo, algo bueno en el modesto sentido de la palabra bueno. Para la vida, para vuestra vida, algo que sea o pueda ser bueno. Me temo que no haya sido así, aunque puede que sí, puede que algún día lo sepáis. Porque el profesor no enseña si sus alumnos no aprenden. Así que de lo que sea que realmente haya logrado y que sea bueno en vosotros y para vosotros, sois vosotros en el horizonte que se proyecta la única demostración, la única prueba. 

Espero no perderos de vista, que mantengamos el contacto. De entrada, ya me conocéis, espero que superemos la media de Cataluña en las PAU por sexto año consecutivo, que aprobéis todos y todas y que las notas sean buenas. Aterrizo en lo práctico y me dejo de reflexiones y herencias. 

Gracias. Por la confianza y la atención que me habéis deparado. Por considerar "la más durilla" nuestra asignatura, pero por ser capaces de entenderla, discutirla, pelearla, soportarla y hasta disfrutarla. Hasta luego. 






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